Cuento para todos II


Rosa Caramelo

Había una vez en el país de los elefantes... una manada en que las elefantas eran suaves como el terciopelo, tenían los ojos grandes y brillantes, y la piel de color rosa caramelo. Todo esto se debía a que, desde el mismo día de su nacimiento, las elefantas sólo comían anémonas y peonias. Y no era que les gustaran estas flores: las anémonas- y todavía peor las peonias- tienen un sabor malísimo. Pero eso sí, dan una piel suave y rosada y unos ojos grandes y brillantes.

Las anémonas y las peonias crecían en un jardincillo vallado. Las elefantitas vivían allí y se pasaban el día jugando entre ellas y comiendo flores.

“Pequeñas”, decían sus papás, “tenéis que comeros todas las peonias y no dejar ni sola anémona, o no os haréis tan suaves como vuestras mamás, ni tendréis los ojos grandes y brillantes, y, cuando seáis mayores, ningún guapo elefante querrá casarse con vosotras”.

Para volverse más rosas, las elefantitas llevaban zapatitos color de rosa, cuellos color de rosa y grandes lazos color de rosa en la punta del rabo.

Desde su jardincito vallado, las elefantitas veían a sus hermanos y a sus primos, todos de un hermoso color gris elefante, que jugaban por la sabana, comían hierba verde, se duchaban en el río, se revolcaban en el lodo y hacían la siesta debajo de los árboles.

Sólo Margarita, entre todas las pequeñas elefantas, no se volvía ni un poquito rosa, por más anémonas y peonias que comiera. Esto ponía muy triste a su mamá elefanta y hacía enfadar a papá elefante.

“Veamos Margarita”, le decían, “¿Por qué sigues con ese horrible color gris, que sienta tan mal a un elefantita?¿Es que no te esfuerzas?¿Es que eres una niña rebelde?¡Mucho cuidado, Margarita, porque si sigues así no llegarás a ser nunca una hermosa elefanta!”

Y Margarita, cada vez más gris, mordisqueaba unas cuantas anémonas y unas pocas peonias para que sus papás estuvieran contentos. Pero pasó el tiempo, y Margarita no se volvió de color de rosa. Su papá y su mamá perdieron poco a poco la esperanza de verla convertida en una elefanta guapa y suave, de ojos grandes y brillantes. Y decidieron dejarla en paz.

Y un buen día, Margarita, feliz, salió del jardincito vallado. Se quitó los zapatitos, el cuello y el lazo color de rosa. Y se fue a jugar sobre la hierba alta, entre los árboles de frutos exquisitos y en los charcos de barro. Las otras elefantitas la miraban desde su jardín. El primer día, aterradas. El segundo día, con desaprobación. 

El tercer día, perplejas. Y el cuarto día, muertas de envidia. Al quinto día, las elefantitas más valientes empezaron a salir una tras otra del vallado. Y los zapatitos, los cuellos y los bonitos lazos rosas quedaron entre las peonias y las anémonas. Después de haber jugado en la hierba, de haber probado los riquísimos frutos y de haber comido a la sombra de los grandes árboles, ni una sola elefantita quiso volver nunca jamás a llevar zapatitos, ni a comer peonias o anémonas, ni a vivir dentro de un jardín vallado. Y desde aquel entonces, es muy difícil saber viendo jugar a los pequeños elefantes de la manada, cuáles son elefantes y cuáles son elefantas, 

¡¡Se parecen tanto!!



¿HAY ALGO MÁS ABURRIDO QUE SER UNA PRINCESA ROSA?

Rosa, una pequeña princesa se hace preguntas y plantea dudas ante una realidad para ella aburrida y monótona. Princesas rosas, príncipes azules, sapos a los que hay que besar. Nuestra princesa, sueña con otra realidad distinta a la que le es dada por tradición en los cuentos. Inconformista, Rosa imagina y se pregunta por otra forma de vivir, en la que las princesas no tienen que pasar el mal trago de besar a un sapo para descubrir si es un príncipe azul. Su ilusión es ser diferente, vivir las aventuras que los príncipes viven en los cuentos……rescatarlos a ellos de las garras del lobo, cazar a fieros dragones, volar en globo para vivir otras aventuras sin dejar de ser princesa o navegar quizá en busca de aventuras de piratas.




LA HUELGA DE 

MAMÁ

Santiago y Juan eran dos hermanos que traían un poco cansada a su madre. En el colegio eran muy malos estudiantes. En casa, su habitación era un completo desorden con la ropa tirada de cualquier forma, los zapatos fuera del armario y sin limpiar, los cuadernos amontonados sobre las sillas, la mesa de estudio llena de cómics, los bolígrafos perdidos. Y eran un mal ejemplo para su hermana pequeña, que ya empezaba a imitarles dejando los juguetes tirados de cualquier forma.

El padre había muerto unos años antes y la madre se vio con toda la responsabilidad de hacer de aquellos hijos buenos ciudadanos, y para ello trataba de llamarlos al orden a fuerza de razonamientos, pero ellos no prestaban atención a las palabras.

Un domingo, al llegar a casa, se encontraron con una sorpresa, a la entrada del pasillo había una gran pancarta en la que decía:
MAMÁ EMPIEZA UNA HUELGA DE BRAZOS CAÍDOS HASTA QUE NO SE VEAN ATENDIDAS SUS REIVINDICACIONES:
REBAJA DE HORARIO LABORAL Y AUMENTO DE SUELDO.

Se miraron y se echaron a reír; mamá, a todas luces, bromeaba. Si no hacía ella el trabajo de la casa, ¿quién lo iba a hacer? Y lo del sueldo era todavía más divertido porque ella no cobraba nada por limpiar, guisar, lavar y planchar, esas eran unas obligaciones suyas que nadie discutía.

Encontraron a su madre en el cuarto de estar relajada, oyendo música mientras leía un libro. Les miró y se limitó a decirles: la pequeña y yo hemos comido; para vosotros preparad lo que veáis.

Así es que la huelga de mamá iba en serio. Lo comprobaron al ver que era la hora de comer y ni siquiera estaba puesta la mesa ni había indicio de comida. Se hicieron unos bocatas y vieron que en el fregadero estaban los cacharros y los platos que habían usado para comer su madre y su hermana.
En la habitación se encontraron sin hacer las camas y la ropa sucia tirada en el suelo.
¡Qué fastidio!, dijeron a dúo.
Mamá los miraba burlona y sonreía mientras hacía planes con  sus amigas para irse al cine.
Al llegar la noche decidieron con sus ahorros comprar una pizza para la cena.
Habían pasado un mal día y pasaron peor noche con la ropa sucia por el suelo, ya que empezaba a despedir mal olor.


 Al día siguiente empeoraron las cosas. Como no querían ensuciar cacharros para tenerlos luego que fregar, no se prepararon el colacao, y la leche la tomaron fría de la nevera con unas galletas que se encontraron en la despensa.
Cuando volvieron del colegio, como el día anterior, la madre y la hermana pequeña ya habían comido, con lo que habían aumentado los cacharros sucios del fregadero. Ellos no habían pensado en que se tenían que preparar la comida, por lo que malhumorados se volvieron a preparar otro bocata, ahora con pan duro y tuvieron que renunciar al postre porque se había acabado la fruta.
Por la noche se frieron unos huevos, por lo que la sartén pasó a engrosar los cacharros sucios.

A los pocos días, el cuarto de baño estaba asqueroso. Se amontonaba la ropa sucia y los cacharros en el fregadero, el polvo lo cubría todo, se acabó la comida de la nevera y de la despensa. La basura estaba sin tirar...
Aquello era un desastre. Allí seguía la pancarta y mamá sin hacer nada para remediar la situación que ya se hacía insoportable.

Los hermanos hablaron entre ellos y estuvieron de acuerdo en poner junto a la pancarta de mamá otra más pequeña que decía:
QUEREMOS PARLAMENTAR.
Mamá se apresuró a poner:
ESTA TARDE A LAS SEIS.

A las seis se reunieron los tres en el cuarto de estar. Empezó Santiago:
_ Queremos poner fin a esta huelga estúpida y sin sentido y por eso queremos saber tus condiciones de trabajo.
_ Está bien, dijo la madre. Por lo pronto, tenéis que ayudarme a poner en orden la casa. A diario, antes de ir al colegio, debéis dejar vuestras camas hechas y ordenada la habitación y el cuarto de baño. Por turnos, ir a comprar por la mañana el pan. Al medio día, poner y quitar la mesa. Por la noche, bajar la basura. Y los sábados, ayudarme a subir la compra de la semana y preparar la cena.

Los hermanos se miraron un poco aterrados por lo que se les venía encima, pues no estaban acostumbrados a hacer nada, pero comprendieron que no había otra solución si querían salir de aquel
atolladero, y dijeron a dúo: ACEPTAMOS.
Ya se iban contentos cuando su madre dijo:
_ Ya hemos hablado de la reducción del trabajo, queda por ver lo del aumento del sueldo.
Los chicos se miraron sin comprender. Podía haber pedido aumento de sueldo si trabajara en alguna casa, pero en la propia el trabajo no tenía valor, nunca le habían pagado nada por ello.
_ Mamá, no sabemos lo que quieres decir con lo del aumento del sueldo.
_ Pues es muy sencillo. El sueldo que quiero tener son vuestras notas. Si estáis dispuestos a estudiar, cancelo la huelga; si no, la hago indefinida. Vosotros decidís.
_ Mamá, dijo Juan, eso tenemos que pensarlo porque no va a ser fácil.
_ Está bien, contestó la madre.

Se fueron los dos hermanos a cambiar opiniones. No estaban acostumbrados ni siquiera a leer. Iba a ser muy duro someterse a un horario de estudio en el que había que rendir si querían aprobar el curso. ¿Qué pretendería mamá con aquello? ¿Hacerlos sufrir?
Pasaron discutiendo un buen rato y llegaron a la conclusión de que mamá con aquello demostraba que se preocupaba por su presente y su futuro y decidieron aceptar.
Les costó bastante someterse a todo lo que habían prometido, pero se hicieron unos hombres de palabra y trabajo con el que les abría un porvenir de éxito. Y estas buenas cualidades también les hicieron más atractivos ante las niñas.




Las Colancas


A Ana, por lo general, no le gustaban las verduras, le parecían un mal invento de la naturaleza; pero, sobre todo, había una que aborrecía y eso que no la había probado nunca. Eran las coles.

Su padre le decía muchas veces que para saber que no le gustaban debería haberlas probado, porque eso de decir que no le gustaba una cosa sin haberla comido le parecía un sinsentido.
Cada vez que había coles, a su padre le daba pena dejarla sin comer, y le ponía otra cosa.
Un día, su padre en un manual de alimentación sana leyó acerca de la col que una porción hervida de 100 gramos suministra un poco más de la mitad del requerimiento diario de la vitamina C; cantidades apreciables de beta caroteno que el cuerpo convierte en vitamina A y un poco de fosfato, hierro y potasio. Y que cuanto más oscuras eran sus hojas, mayor era el contenido de vitamina C y beta carotenos. También leyó que podía proteger contra el cáncer. Con lo cuál le pareció que Ana debía comer coles. Y así el próximo día que aparecían en el menú hizo que Ana se las sirviera.
Ana las rechazó, y su padre le dijo que las comiera porque hoy no había otra cosa.

Ana se disculpó fingiendo que estaba enferma. Cuando apareció el pollo en pepitoria daba la impresión de estar recuperada pero su padre, que se había dado cuenta del truco, dijo que no era conveniente que comiera el pollo. Y en su lugar le dieron una manzanilla.

A su padre le daba pena verla sin comer, pero estaba dispuesto a que comiera coles. ya que tenía tantas ventajas.
Al día siguiente, al llegar del colegio, el hambre se le hacía insoportable. Al padre le dolía que no volviera a comer cuando viera la col y se le ocurrió una idea. Le dijo: Como sé que aborreces las coles, no te voy a obligar a comerlas. Hoy he visto en el mercado una verdura nueva que se llama colanca. Debe ser muy buena porque es muy cara. Por eso he comprado poca cantidad. Me gustaría que la probaras.
Ana, con el hambre atrasada que tenía, probó las colancas, que le parecieron riquísimas; incluso pidió si podría comer un poco más, pero su padre le dijo que había comprado muy pocas pero que otro día compraría más, ya que era una verdura tan rara y tan buena.

Pasó un tiempo y Ana seguía comiendo colancas. Esa sí que era una verdura buena y no la col.
Un día que comió en casa de la abuela la casualidad hizo que hubiera de primero patatas con col. Se sirvió unas patatas y muy poca col, diciendo que no tenía apetito. Ese día haría un acto heroico y las comería por no disgustar a su abuela.
Al comerlas, ¡oh, sorpresa! Sabían igual que las colancas. En ese momento se dio cuenta de que las coles y las colancas eran el mismo vegetal.
Se rió de su cabezonería que le había llevado a pasar tan malos ratos.

 





LA EXTRAÑA GUERRA DE LAS HORMIGAS
(Adaptación)

Las hormigas azules y las hormigas verdes, no eran unos monstruos. Se parecían en todo a las hormigas que conocéis. Tenían el mismo tamaño, las mismas costumbres, eran también duras para el trabajo y desde que nacían hasta que se morían no paraban de trabajar. Sólo que en vez de ser rojas o negras, eran verdes y azules.

En el tiempo de las hormigas verdes y azules existían también algunas hadas. Las hadas eran criaturas encantadoras, vestidas con velos, coronas de luz y todas poseían una varita mágica en cuya punta había un diamante.
Con sus varitas, las hadas eran capaces de transformar un sapo en príncipe o cualquier otro hechizo.

En el lugar donde vivían las hormigas azules y verdes vivía el hada Eloísa, hada muy poderosa, pero también tremendamente curiosa. La fama de curiosa estaba extendida por todas partes y cualquiera que la encontrara se veía metido en problemas si no satisfacía su curiosidad.

Al principio, el hada no había prestado atención a las hormigas y estas vivían tranquilas y trabajando sin descanso, pero un día, Eloísa reparó en ellas y se extrañó de la agitación constante en la que las hormigas vivían. Llena de curiosidad les preguntó que qué hacían, que para qué trabajaban tanto, etc. Pero, claro, las hormigas no le contestaron, pues como todo el mudo sabe, menos el hada Eloísa, las hormigas no hablan nuestra lengua.    
Así que, ya harta de preguntarles qué hacían, Eloísa cayó en la cuenta y decidió que para conocer el secreto de las hormigas les daría DON DE LA PALABRA.

No es que las hormigas no tuvieran su propio lenguaje, pues ellas se comunican entre sí tocándose con sus antenas, pero el “hormigués” es un lenguaje que nosotros no entendemos. Así que cuando el hada les dio la facultad de hablar, les causó el mayor trastorno de sus vidas.

Al principio sintieron una extraña sensación en la boca, como si tuvieran un pelo, y tratar de escupirlo, empezaron a emitir curiosos sonidos, pero como todas lo hicieron a la vez, el clamor que surgió en la colina las asustó tanto que callaron todas a la vez. Luego las más valientes empezaron a hablar y así fue como las primeras palabras salieron de sus pequeñas bocas. Al rato todas hablaban sin parar. Olvidaron su trabajo y se dedicaron a charlas sobre el prodigio que les había sucedido.
A la mañana siguiente decidieron celebrar su primera Asamblea para decidir qué harían con el uso de la palabra. Esta idea se les ocurrió al mismo tiempo a las verdes y a las azules y en los dos hormigueros la reina-madre hizo el mismo discurso. En el hormiguero azul la reina-madre dijo que el don de la palabra venía del cielo y en el hormiguero verde se dijo que ese don provenía de la naturaleza.

Poco tiempo después, en ambos hormigueros empezaron a darse cuenta de los beneficios que les proporcionaba aquel milagro. Por lo pronto, podían comunicarse a distancia sin tener que correr a tocarse; cuando se daba una orden no hacía falta formar una cadena de hormigas para transmitirla, pues todas se enteraban a la vez. Pero también se dieron cuenta de que la palabra también tenía sus problemas: el parloteo, es decir, el hablar por hablar descuidando sus obligaciones, cosa que para las hormigas significaba la sentencia de muerte cuando llegara el invierno y no tuvieran provisiones.

En los dos hormigueros, las reinas-madres, dieron un discurso cambiaron la organización del trabajo. Por las mañanas se reunían y concretaban las tareas del día. Algunas hormigas se les dio autoridad para dirigir a las obreras  y aunque la recogida del alimento ya no era tan agradable, pues no te podías distraer lo más mínimo, dando una vueltecita por el bosque, ya que siempre había una jefa que te ordenaba seguir tu camino, sin embargo el trabajo era tan eficiente que en un día recogían lo que hacían antes en una semana. Pronto, los graneros de los dos hormigueros estaban llenos a rebosar.

Así como ahora tenía tiempo de sobra, lo dedicaron al placer de utilizar su lenguaje y a jugar con las palabras. Se construyeron teatros, óperas, salas de conferencias…. Algunas hormigas se hicieron cantantes, recitadoras, cómicas, etc.

Las hormigas verdes y las azules siempre habían vivido como buenas vecinas, mejor dicho, vivían en recíproca indiferencia. Por ejemplo, si alguna columna de azules se encontraba con otra de verdes, con un simple toque de antena se decían que debían retroceder. Se retiraban y no pasaba nada, es decir ni se detestaban ni se amaban. El color para ellas era indiferente, pues las hormigas sólo se reconocen por el olor. Las hormigas solo eran verdes o azules para el ojo humano.

Tras algunas semanas tras el milagro, ocurrió un incidente. Las hormigas verdes se infiltraron en el territorio de las azules, pero en lugar de agitar las patas como siempre se había hecho, una azul puso las manos como un altavoz y gritó: ¡Atrás las verdes! Había dicho verdes sin pensarlo, la palabra le vino a la boca sin más. Inmediatamente otra azul prosiguió con otra frase,  y así y así, hasta que una dijo: ¡Os aconsejo a las verdes que os larguéis! Esto molestó bastante a las verdes y empezaron a contestar a las azules no amablemente. Luego la cosa se calmó porque hormigas pacíficas de ambos bandos calmaron los ánimos. Pero luego, de noche, el incidente fue comentado en los dos hormigueros. Así con el uso del nuevo lenguaje los sentimientos se agrandaron y fueron compartidos incluso por aquellas hormigas que no habían estado presente en el incidente.
Así que algunas se sintieron ofendidas hasta el punto de querer delimitar con una valla su territorio, y otras ponían en duda cuál era el territorio de cada hormiguero.
Tras algunos días un grupo de azules entró en el territorio de las verdes, no se sabe si por represalia, lo que si se sabe es que se intercambiaron fuertes insultos y amenazas. Aquella noche, en ambos hormigueros, nadie pegó un ojo y sólo se durmieron al amanecer. Al mediodía, cuando se despertaron, nadie fue a trabajar  y en los días siguientes hubo nuevos incidentes y la situación en los dos hormigueros se convirtió en terrible. Ya no cantaban, ni recitaban…., solo discutían y amenazaban.

Unas hormigas ancianas de los dos hormigueros viendo la situación en la que se encontraban, decidieron reunirse a escondidas en un claro del bosque para tratar de encontrar una solución al conflicto. En lo primero que se pusieron de acuerdo es que la palabra podía ser un regalo maravilloso, pero que podía se también algo peligroso si no se tenía cuidado y propusieron reglamentar la palabra y decidieron reservar un día al mes para enfrentarse y decir palabras estúpidas o malvadas, ya que es muy difícil reprimirlas, y así durante todo el mes podrían vivir tranquilas y en paz.
Quedaron en reunirse a la semana siguiente para ver como habían tomado sus respectivos hormigueros esta propuesta. 

Nunca más se vieron. En los dos hormigueros  se consideró absurda la propuesta y a ambos grupos de negociadoras se les acusó de alta traición y fueron encerradas en lo más profundo de sus hormigueros.

Pocos días después un grupo de azules y otro de verdes descubrió al mismo tiempo un gran fruto caído en el bosque, había suficiente para los dos grupos, pero pronto estallaron los insultos. Al llamarse: ¡VERDES!, las azules expresaron quisieron decir: villanas, violentas, vanidosas, incluso viciosas, porque ellas, las azules eran: aladas, angelicales, agradables, amorosas…
Las verdes por su parte gritaron: ¡AZULES! Y con ello quisieron decir: absurdas, atolondradas, avariciosas, …, porque ellas eran las verdes y eran valientes, virtuosas venerables, vigilantes…

Todos estos insultos eran el sentimiento de los respectivos hormigueros y así a la mañana siguientes ambos hormigueros se reunieron en las fronteras con el ánimo más belicoso posible. La azules cantabas lo bueno que era ser azul y lo mismo hacían las verdes, pero diciendo lo bueno que era ser verde. Cuando estuvieron cara a cara se insultaron atrozmente y de ahí llegó el enfrentamiento físico.
Las dos tropas relanzaron una contra la otra con un odio terrible y empezaron a cortarse las cabezas…, como las hormigas eran de semejante fuerza y talla, el combate fue largo y terrible, la mayoría murieron y las que sobrevivieron lo hicieron antes del amanecer.

Al despertar Eloísa se sorprendió al no oír el parloteo de las hormigas, cuando se acercó al campo de batalla no daba crédito alo que veía. El suelo estaba cubierto de cadáveres decapitados. No pudo identificar a qué grupo pertenecía los cuerpo, pues al morir se habían vuelto grises y deslucidos.

Las viejas hormigas, tampoco sobrevivieron, muertas todas las demás nadie fue a rescatarlas del fondo de sus hormigueros. Y así desaparecieron de la Tierra las hormigas verdes y las hormigas azules, víctimas de la palabra mal usada y sin reflexión que bajo su apariencia inofensiva puede matar a aquellos contra quienes se arroja.


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