Cuentos para Todos

     
¿HAY ALGO MÁS ABURRIDO QUE SER UNA PRINCESA ROSA?

Rosa, una pequeña princesa se hace preguntas y plantea dudas ante una realidad para ella aburrida y monótona. Princesas rosas, príncipes azules, sapos a los que hay que besar. Nuestra princesa, sueña con otra realidad distinta a la que le es dada por tradición en los cuentos. Inconformista, Rosa imagina y se pregunta por otra forma de vivir, en la que las princesas no tienen que pasar el mal trago de besar a un sapo para descubrir si es un príncipe azul. Su ilusión es ser diferente, vivir las aventuras que los príncipes viven en los cuentos……rescatarlos a ellos de las garras del lobo, cazar a fieros dragones, volar en globo para vivir otras aventuras sin dejar de ser princesa o navegar quizá en busca de aventuras de piratas.

 
Este cuento está recomendado, sobre todo, para Infantil y Primer Ciclo de Primaria.

CUENTO

EL REGALO

Primero fue el tambor. Octavio ya tenía un tambor, pero estaba roto. Ese año no había pedido nada a los Reyes, porque no sabía qué pedir. El tambor, igualito al que tenía antes, pero con colores distintos y más brillantes, le gustó mucho.

Las Navidades siguientes, Octavio sí sabía qué pedir: un camión de bomberos como el de Mario, el niño cuya casa mamá iba a limpiar todas las mañanas, después de dejarle a él en el colegio. Un día que estuvo con gripe mamá lo llevó allí. Papá tenía que presentarse en la oficina del paro, así que no podía cuidar de él, y mamá dijo que podría trabajar y cuidarle al mismo tiempo. Octavio se alegró mucho de conocer la casa que mamá limpiaba. Era un piso muy grande, aunque él no pudo ver todas las habitaciones, y el cuarto de Mario, a quien le hubiera gustado conocer, estaba atestado de juguetes. “Puedes quedarte en este cuarto y mirar los juguetes, pero no los cojas”, le advirtió mamá. Él no tenía muchas ganas de jugar, porque tenía fiebre y se sentía más a gusto tumbado en la cama, pero cogió, sólo un momento, el mando a distancia de ese enorme camión rojo, y pudo moverlo por toda la habitación. Mario no debía conducirlo muy bien, porque eran bien visibles los desconchones en la pintura del parachoques, la trasera y todas las esquinas; con el mismo mando se extendía y movía en todas direcciones una escalera plateada. Eso fue lo que más le gustó. El botón del mando a distancia estaba flojo, pero funcionaba perfectamente.

Los Reyes Magos se portaron bien: le dejaron bajo el arbolito de Navidad un camión igualito, incluso con el botón del mando a distancia flojo, pero sin desconchones. Octavio aún jugaba de vez en cuando con ese camión, a pesar de que la escalera ya no se desplegaba del todo y giraba más lentamente.

Después fueron los títeres, la prensa de flores, el juego de bolos, el curioso tren de madera y cartón, el invernadero con plantas y todo…

Ahora tenía ya ocho años. Era un niño mayor, o eso le decía todo el mundo, aunque él no se sentía muy diferente. En todo caso, le seguía gustando, más que nada, la Navidad. Esta vez había pensado pedir a los Reyes una consola. Casi todos sus compañeros la tenían. Jorge, incluso, se la había dejado una vez. Pero mamá le disuadió: al parecer, las consolas son malas para la vista y la cabeza, además de ser adictivas, que quiere decir que te enganchan y luego sólo quieres jugar con ellas. No le importó porque papá y mamá empezaron a llevarle casi todos los sábados a un cibercafé; papá sabía un montón de direcciones de páginas web con juegos como los de la consola de Jorge.

También había pensado pedir un robot que anunciaban mucho en la televisión, pero mamá le recordó que los mejores juguetes son los que no tienen ninguna marca. Finalmente, se decidió por una cometa.

Ahora sólo faltaban algunas horas para que los Reyes Magos visitaran su casa y Octavio se revolvía, inquieto, en su cama. Se había quedado dormido nada más acostarse, como siempre, pero un ruido le había despertado y tenía miedo. Llamó bajito a sus padres, pero no le oyeron. Quería levantarse, pero tardó un buen rato en reunir el valor suficiente. Ya en el pasillo, vio luz en la cocina. Por si acaso eran los Reyes, no quiso molestarlos, así que se dirigió a la puerta de la izquierda, la del dormitorio de sus padres. No había nadie en esa habitación. No quedaba más remedio que ir a la cocina. Entreabrió muy despacio la puerta y comprobó, con decepción pero con alivio, que no eran los Reyes, sino sus padres, quienes estaban allí. Mamá estaba cosiendo, a un bastidor de juncos en forma de rombo, una gran tela pintada con la silueta de un pájaro sobre un fondo de flores que le recordó a un pañuelo que ella usaba a menudo, mientras papá manipulaba un rollo de hilo fuerte. Sobre la mesa había pinturas, pinceles, rotuladores, la caja de costura, tijeras, papel de seda…

Octavio, a través de la rendija de la puerta, observó con mudo estupor, hasta que se dio cuenta de lo que sucedía. Había descubierto la verdad: el regalo son los padres.

Cuento del blog de Esther Bajo
        

Cuento para la PAZ 

  LA ESPADA PACIFISTA


Había una vez una espada preciosa. Pertenecía a un gran rey y, desde siempre, había estado en palacio, participando en sus entrenamientos y exhibiciones, enormemente orgullosa. Hasta que un día, una gran discusión entre su majestad y el rey del país vecino, terminó con ambos reinos declarándose la guerra.
La espada estaba emocionada con su primera participación en una batalla de verdad. Demostraría a todos lo valiente y especial que era, y ganaría una gran fama. Así estuvo imaginándose vencedora de muchos combates mientras iban de camino al frente. Pero cuando llegaron, ya se había disputado la primera batalla, y la espada pudo ver el resultado de la guerra.
Aquello no tenía nada que ver con lo que había imaginado: nada de caballeros limpios, elegantes y triunfadores con sus armas relucientes; allí sólo había armas rotas y melladas, y muchísima gente sufriendo dolor, hambre y sed. Casi no había comida y todo estaba lleno de una suciedad envuelta en el olor más repugnante. Muchos estaban medio muertos y tirados por el suelo y todos sangraban por múltiples heridas...
Entonces la espada se dio cuenta de que no le gustaban las guerras ni las batallas. Ella prefería estar en paz y dedicarse a participar en torneos y concursos. Así que durante aquella noche previa a la gran batalla final, la espada buscaba la forma de impedirla. Finalmente, empezó a vibrar. Al principio emitía un pequeño zumbido, pero el sonido fue creciendo, hasta convertirse en un molesto sonido metálico. Las espadas y armaduras del resto de soldados preguntaron a la espada del rey qué estaba haciendo, y ésta les dijo:
- "No quiero que haya batalla mañana, no me gusta la   guerra".

- "A ninguna nos gusta, pero ¿qué podemos hacer?".

- "Vibrad como yo lo hago. Si hacemos suficiente ruido nadie     podrá dormir".
Entonces las armas empezaron a vibrar, y el ruido fue creciendo hasta hacerse ensordecedor y, se hizo tan grande, que llegó hasta el campamento de los enemigos, cuyas armas, también hartas de la guerra, se unieron a la gran protesta.
A la mañana siguiente, cuando debía comenzar la batalla, ningún soldado estaba preparado. Nadie había conseguido dormir ni un poquito, ni siquiera los reyes y los generales, así que todos pasaron el día entero durmiendo. Cuando comenzaron a despertar al atardecer, decidieron dejar la batalla para el día siguiente.

Pero las armas, lideradas por la espada del rey, volvieron a pasar la noche entonando su canto de paz y, nuevamente, ningún soldado pudo descansar, teniendo que aplazar de nuevo la batalla y lo mismo se repitió durante los siguientes siete días. Al atardecer del séptimo día, los reyes de los dos bandos se reunieron para ver qué podían hacer en aquella situación. Ambos estaban muy enfadados por su anterior discusión, pero al poco de estar juntos, comenzaron a comentar las noches sin sueño que habían tenido, la extrañeza de sus soldados, el desconcierto del día y la noche y las divertidas situaciones que había creado, y poco después ambos reían amistosamente con todas aquellas historietas. Afortunadamente, olvidaron sus antiguas disputas y pusieron fin a la guerra, volviendo cada uno a su país con la alegría de no haber tenido que luchar y de haber recuperado un amigo. Y de cuando en cuando los reyes se reunían para comentar sus aventuras como reyes, comprendiendo que eran muchas más las cosas que los unían que las que los separaban.
 

Autor.. Pedro Pablo Sacristán    



“LA VUELTA DE LAS VACACIONES”

Las vacaciones de Navidad habían acabado, pero lejos de encontrarse tristes por volver a la escuela, aquel día los niños llegaban felices y con una gran sonrisa que anticipaba el deseo de contar lo que los Reyes Magos les habían traído.

Sin que notaran nada, su Seño Lola a la vez que les daba la bienvenida con un abrazo y un beso a cada uno de ellos, les fue metiendo disimuladamente un pequeño papelito en su bolsillo.

Cuando ya todos se habían sentado en su sitio en espera de la gran pregunta, la Seño Lola les fue pidiendo que contaran cómo se lo habían pasado y los regalos que los Reyes les habían dejado unos días antes. El primero en hablar fue Juan, al que casi le faltaba el aire de lo rápido que iba enumerando las cosas que le habían traído; luego le tocó el turno a María que -al igual que Juan- parecía que no iba a acabar nunca de nombrar todo, y después Jaime, el cual acabó pronto, ya que Juan le interrumpió diciendo dos cosas más que se le había olvidado antes. Y así, uno detrás de otro, contaron lo que los Reyes les trajeron.

Algunos con los ojos y la boca muy abierta escuchaban los maravillosos y divertidos juguetes que los Reyes les habían traído a sus compañeros y en su cabeza se preguntaban por qué con ellos no habían sido tan generosos como con sus amigos de clase. ¿Acaso no se habían portado lo suficientemente bien?, ¿es que se habían acabado los regalos y a ellos les tocó la peor parte?, o ¿quizás era que se habían olvidado de ellos?.
En eso estaban cuando la Seño les dijo que los Reyes, antes de regresar a Oriente, habían dejado un mensaje muy importante escrito en un papel sobre su mesa y que si querían lo leería en voz alta. Todos gritaron con un ¡Síííí! que resonó en todo la clase. El mensaje decía:
“Queridos niños y niñas, no hemos podido dejaros a todos lo que habíais pedido, porque sois muchos y la noche es muy corta para poder repartir todo, pero sí os hemos dejado un regalo muy especial en los bolsillos de vuestra ropa. Buscadlo y leedlo, porque de él dependerá que el año que viene os volvamos a visitar. Os queremos a todos mucho. SS. MM. Los Reyes Magos de Oriente”.

Los niños corrieron a revisar sus bolsillos y en ellos encontraron otro mensaje que decía:
“Todo lo que te hemos traído no sirve de nada y no es divertido si…: te lo quedas sólo para ti, si no lo compartes y si no lo disfrutas con tus amigos y compañeros. Así que acuérdate de invitarlos para jugar y divertiros todos juntos”.
                                                                                            Autor: José Miguel de la Rosa Sánchez






Nos vamos de viaje ¡Qué bien nos lo vamos a pasar!

I

Viernes por la tarde. Marta salió del colegio a toda velocidad. Su madre le había advertido de que no se podía entretener en nada porque tenían mucha prisa, ¡se iban de viaje! ¡Bien!
«Todo el colegio» sabía ya que Marta se iba a Portugal; a una ciudad que se llama Lisboa, que es la capital; que iba a montar en tranvías de color rojo con el suelo de madera y que iba a pasar por un inmenso puente blanco que va por encima del mar; y que además visitaría un acuario con pingüinos y jugaría subiendo por las murallas de un castillo; y que tendría que aprender algunas palabras en otro idioma. Su mamá ya le había enseñado a decir «buenos días», «gracias», «adiós» y «por favor» en portugués. También había visto en un mapa dónde está Lisboa y el camino tan largo que hay hasta llegar allí; y había repasado mil veces con su hermano pequeño un montón de libros con fotos de la ciudad.

II

En casa, los preparativos para el viaje se venían realizando desde el lunes. El papá de Marta la llevó al polideportivo y mientras hacía gimnasia, él se fue al taller porque tenían que «poner el coche a punto»; es decir, que una persona que sabe de motores tiene que comprobar que todo funciona bien para que el coche no se estropee por el camino.
Al día siguiente, mientras Marta estaba en un cumpleaños, su madre se fue a comprar un diccionario de portugués, un plano de Lisboa y libros de fotos . También fue después a una agencia de viajes para reservar un lugar donde dormir.
Por fin llegó el jueves. Había que hacer las maletas. La mamá de Marta era una «gran experta en maletas». Sabía decidir muy bien qué cosas había que llevar. Marta pensaba que su madre era un poco «adivina» porque antes de salir parece que ya sabe si se necesitaba ropa para la lluvia, o si, aunque sea invierno, allí hará calor; o si se necesitarán botas o playeras. También parece que sabe antes de salir si el pequeñajo se va a poner malo y entonces mete en su neceser el jarabe ese que te dan cuando tienes fiebre
y un montonazo de pañuelos de papel.
La mamá de Marta decidió cuánta ropa había que llevar: -«Marta: tienes que elegir tres camisetas, tres braguitas, tres pares de calcetines, un pijama, dos camisas, un jersey, una sudadera y un pantalón». Y una vez que tenía la ropa de toda la familia encima de su cama sacó una maleta y la fue metiendo. A Marta le gustaba mucho ver cómo su madre hacía la maleta: le gustaba ver cómo iba colocando la ropa muy estirada para que no se arrugara; cómo iba rellenando huecos, cómo iba repasando en voz alta todo lo que metía para no olvidarse de nada y cómo al final, casi por arte de magia, ¡todo dentro!
Luego sacó un neceser grande y otra vez lo mismo: «Marta, por favor, necesito tu cepillo y crema de dientes; cepillo del pelo, horquillas y cintas; colonia y el gel que te gusta». Y todo al neceser, junto con los objetos de aseo de toda la familia. Al final, el neceser se convirtió en una caja de sorpresas donde se podía encontrar de todo: un estuche con tijeras, pinzas, limas...; otro con aguja, hilo, botones...; otro con el frasco de curar heridas y tiritas de las de muñecos; cajas con pastillas, cepillos diferentes, cremas de
muchas clases, cuchillas de afeitar... ¡Cuántas cosas se necesitan cuando viajas!
Ya sólo faltaba preparar los juguetes. Entre Marta y su madre eligieron cuatro cassettes de música de la que se puede cantar, tres cuentos, las cartas de los oficios, dos coches, dos muñecos, pinturas y un cuaderno.
Marta estaba feliz. ¡Por fin, ya estaba todo preparado!, ¡ya se podían ir de viaje!

III

El viernes por la mañana, Marta se fue al colegio sabiendo que ya no volvería a su casa hasta el lunes. Así que se despidió de su gatito y se fue tan contenta.
A mediodía, cuando su madre y su padre volvieron a casa, lo primero que hicieron fue bajar el equipaje al coche y colocarlo en el maletero.
Después su madre estuvo quitando la ropa seca del tendedero y doblándola, revisando la nevera para que no quedara nada que se pudiera estropear y asegurándose de que en el congelador había comida para el lunes; después metió en una bolsa fruta, galletas, yogures y más cosas para merendar durante el viaje.
También había que dejar preparada comida, agua y arena para el gatito. Había que regar todas las plantas de la casa y cambiar algunas de sitio para que tuvieran más luz.
Después se ocupó de que los cuartos de baño quedaran limpios, que no hubiera cacharros sucios en el fregadero ni en el lavavajillas, que el gas y el agua estuvieran cerrados, la calefacción apagada y el cubo de la basura con la bolsa limpia.
Mientras tanto, el papá de Marta se había ido al supermercado a comprar un montón de cosas que se necesitaban para el lunes; esas que siempre compran los fines de semana: leche, galletas, servilletas de papel, papel higiénico, zumos ... También se acercó a una gasolinera para llenar el depósito del coche.
Cuando llegó a casa, entre los dos lo colocaron todo.
Después en una mochila metieron una cámara de fotos, unos prismáticos, un teléfono móvil y su cargador, una cartera con las tarjetas que sirven para sacar dinero del banco, otra con las tarjetas que sirven para ir al médico, y otra más grande con los planos y
libros que mamá había comprado.
Después cerraron ventanas y persianas y ¡por fin!, la puerta de la casa.
Cuando Marta salió del colegio, enseguida vio el coche y a su padre y a su madre dentro comiéndose un bocadillo. Se acercó rápidamente y al tiempo que les daba un beso exclamaba: -«¡jo, mami, yo también quiero merendar!».
«Me parece muy bien, Marta» - respondió su madre. - «Mira, en esa bolsa tienes de todo. Prepárate lo que quieras y deja que papá y yo terminemos de comer».
A Marta se le quitó el hambre de repente. Rápidamente cambió su petición por un ofrecimiento: -«¡ya merendmerendaré luego!
Ahora, ¿quieres que te vaya pelando una naranja?»







El príncipe ceniciento


La ratonera


Un ratón, mirando por un agujero en la pared vio a un granjero y a su esposa abriendo un paquete. Penso, que qué tipo de comida podía haber allí, pero quedó aterrorizado cuando descubrió que era una trampa para ratones.
Fue corriendo al patio de la granja a advertir a todos: – ¡Hay una ratonera en la casa, una ratonera en la casa!

La gallina, que estaba cacareando y escarbando, levanto la cabeza y dijo: – Discúlpeme Sr. Ratón, yo entiendo que es un gran problema para usted, mas no me perjudica en nada, ni me incomoda.

El ratón fue hasta el cordero y le dijo: – Hay una ratonera en la casa, una ratonera!

-Discúlpeme Sr. Ratón, mas no hay nada que yo pueda hacer, solamente pedir por usted. Quédese tranquilo que será recordado en mis oraciones .

El ratón se dirigió entonces a la vaca que le respondió: – ¿Pero acaso estoy en peligro?… Pienso que no. Entonces el ratón volvió a la casa, preocupado y abatido, para enfrentarse a su problema: la ratonera de los granjeros.

Aquella noche se oyó un gran barullo, como el de una ratonera atrapando a su víctima. La granjera corrió para ver lo que había atrapado. En la oscuridad, ella no vio que la ratonera había atrapado la cola de una serpiente venenosa. que velozmente le pico. El granjero la llevo inmediatamente al hospital.

Cuando volvieron del hospital aún tenía una fiebre alta, y todo el mundo sabe que para cuidar a alguien con fiebre, nada mejor que una nutritiva sopa. El granjero agarró su cuchillo y fue a buscar el ingrediente principal: la gallina.

Pero como la enfermedad de la mujer continuaba, los amigos y vecinos fueron a visitarla y para alimentarlos, el granjero tuvo que matar al cordero. A pesar de todos los cuidados, la mujer no mejoro y acabo muriendo. El granjero, entonces, vendió la vaca al matadero para cubrir los gastos del funeral.

Moraleja: La próxima vez que escuches que alguien tiene un problema y creas que no te afecta, que no es tuyo, y no le prestas atencion… piénsalo dos veces.


El misterio del Chocolate en la nevera

 
                                  I
Manu se levantó por la mañana como siempre; es decir lloriqueando y protestando porque hay que vestirse, hay que peinarse, hay que lavarse... todos los días lo mismo. Por suerte cuando está a medio vestir suele llegarle un olorcillo a leche caliente con cacao, a pan tostado, a zumo de naranja... ¡Qué bien, el desayuno! A Manu le encanta desayunar; sin embargo, no le gustan nada la coliflor, ni las judías verdes, ni el pescado, ni los garbanzos. Pero lo que menos le gusta son las espinacas. No las soporta y no entiende por qué en casa se prepara tanto ese plato. Lo suyo sería que todos los días hubiera macarrones o arroz con tomate o albóndigas o croquetas o sopa y, sobre todo, que siempre hubiera golosinas, galletas, tartas y
chocolate negro, chocolate blanco, crema de chocolate, barritas de chocolate con almendras, chocolate en polvo, ¡mucho chocolate!
A medida que iba terminando el desayuno y su estómago se iba calmando, observaba los movimientos de su madre de un lado a otro de la cocina. Cuando se dio cuenta de lo que su madre preparaba , no pudo reprimir la expresión: «¡qué asco!; ¡otra vez espinacas!»
A su madre no le gustaba nada que dijera eso. Ella siempre le explicaba que preparaba la comida con mucho cariño y que todas las cosas que utilizaba para cocinar eran buenas y servían para que creciese. Se puede decir: «eso no me gusta mucho, ponme un plato pequeño, por favor»; pero decir «¡qué asco!» era como despreciar su trabajo de cocinera (que es mucho), y todo lo que ella sabe acerca de lo que él necesita para crecer (que también es mucho) y el cariño con el que lo había hecho (que es muchísimo).

II
Ya era casi de noche. Manu terminó de bañarse, se secó a toda prisa y se puso el pijama. Tenía un hambre «de lobo» y el olorcillo de las croquetas que preparaba su madre en la cocina se extendía por el pasillo, llegaba hasta su habitación y envolvía su nariz. Oyó a su madre: -«¡Manu, voy al coche! Ahora mismo vengo. Tienes la cena en la cocina».
Salió disparado hacia la cocina y se sentó delante del plato que su madre le había preparado. ¡Sorpresa! No recordaba que antes de las croquetas, había que tomar espinacas. Manu se armó de valor y se dispuso a tomar el pequeño plato de espinacas que tenía delante. Sabía muy bien que su madre no le dejaría tomar
ni una sola croqueta si no tomaba antes las espinacas, pero era necesario acompañarse de un buen trozo de pan y un vaso de leche para «disfrazar» un poco ese sabor. Se levantó de la mesa para coger leche fría y al abrir la nevera se encontró con una gran sorpresa: ¡estaba vacía! No había leche ni yogures ni frutas ni verduras ni salchichas ni jamón ni pescados ni zumos ni queso ni mantequilla ni mermelada ni nada. Sólo, en el centro, envuelta en papel de colores había una tableta de su chocolate preferido. ¡No podía ser verdad! Se frotaba los ojos con fuerza porque no podía terminar de creerlo. ¿Cómo era posible que sólo hubiera una tableta de chocolate en la nevera?
Manu estaba muy sorprendido, pero no dijo nada; cerró la puerta de la nevera y volvió a la mesa sin la leche fría. Estaba muy preocupado. ¿Cómo ha llegado ahí su chocolate preferido, ese que sólo se compra en ocasiones especiales? Y el resto de los alimentos, ¿dónde está? Volvió de nuevo a la nevera y abrió la puerta de golpe. ¡Otra vez igual! Allí estaba, «solo», en medio de la nada, el más rico de todos los chocolates del mundo.
Estaba un poco preocupado. No hacía más que pensar qué desayunaría mañana, qué merendaría. ¿Y su familia? Se tomó las espinacas sin rechistar. Se tomó las croquetas sin ganas. Y justo entonces, cuando terminaba, entró su madre en la cocina con un montón de bolsas.
III
Detrás venía también el padre de Manu con otro montón de bolsas. Acababa de llegar de la compra y su madre había ido a ayudarle a descargar el coche. La madre de Manu estaba sorprendida:
-¿Ya has acabado? !Qué sorpresa! ¡Muy bien!
Manu, casi ni escuchaba:
-Mamá, papá, no os lo vais a creer, pero la nevera está vacía; ¡está vacía! Bueno, no del todo: hay chocolate del que me gusta tanto.
-¡Vaya, ya lo has descubierto! -dijo su madre- Como hoy había espinacas, que es lo que menos te gusta, pues también he comprado chocolate del que más te gusta.
-Sí, mamá, pero es que la nevera está vacía, ¡vacía!
-Vale -dijo su padre. - Oye, Manu, ¿tú sabes que las neveras hay que limpiarlas por dentro y también «rellenarlas» de alimentos con cierta frecuencia?
Manu de repente encajó todas las «piezas». ¡Cómo no se había dado cuenta antes! Se fue hacia su madre y la abrazó muy fuerte:
«Muchas gracias por el chocolate, mamá. ¿Sabes? Las espinacas de hoy me han gustado un poco más».
    

                                                          



Estoy mala. Dame un beso en la frente
 
 
                                                    I
Marta había ido al colegio como todas las mañanas. Aunque
había desayunado bien y se había marchado muy contenta, lo cierto
fue que durante la primera clase sus mejillas empezaron a enrojecerse,
le brillaban los ojos y tenía escalofríos en la espalda. No se
enteraba de nada; veía cómo la profesora escribía y dibujaba cosas
en la pizarra y cómo sus compañeros y compañeras levantaban constantemente la mano y hablaban de huesos, estómagos, virus...
Pero Marta no podía entender nada, estaba totalmente ausente de la clase. De repente, sintió una mano fría pero suave, tocándole la frente. «Marta, tienes mucha fiebre» -oyó decir a su profesora.
A la hora del recreo el papá de Marta ya estaba allí. La recogió y la llevó inmediatamente a la pediatra. En la consulta le miraron la garganta, los oídos, los ojos, oyeron su respiración y los latidos de su corazón poniendo el fonendo en el pecho y la espalda; le apretaron la tripa y le hicieron un montón de preguntas sobre su tos.
De la consulta fueron directamente a la farmacia y allí una farmacéutica muy amable le dio, además de varios jarabes, una bolsa de caramelos «para la tos». Pero en ese momento Marta no tenía ni siquiera gana de caramelos.
Por fin llegaron a casa de la abuela. ¡Qué bien, la abuela! El papá de Marta le estuvo contando lo que había dicho la doctora y las medicinas que había recetado. Papá se tenía que ir enseguida, así que dio un beso muy fuerte a Marta y se marchó. Lo primero que hizo la abuela fue desnudarla, ponerle un pijama que olía muy bien y que era muy suave y acostarla en su propia cama, que era mucho más grande y bonita que la de invitados y que tenía unas sábanas muy blancas recién puestas, que no estaban arrugadas ni nada y que aún tenían las rayas que hace la plancha. Después preparó las medicinas que Marta tenía que tomar y se las dio con un zumo de frutas que estaba muy rico, aunque las medicinas estaban bien malas. Después puso en la habitación una máquina de la que salía humo, y que se llama humidificador y entonces todo empezó a oler muy bien y parecía que se respiraba mucho mejor.
Marta preguntó, «¿tengo fiebre?» Entonces la abuela se acercó y le dio un beso en la frente. Esto le gustaba mucho a Marta aunque no entendía todavía muy bien la relación entre besos y fiebre.
-La fiebre está bajando, Marta. Enseguida te encontrarás mucho mejor. ¿Quieres que te ponga música o la tele o que te lea un cuento?
-No, abuela, sólo quiero que te quedes conmigo.
Entonces la abuela se sentó a su lado en la cama y le dio la mano. Marta sintió un calorcito muy rico por todo el cuerpo; era como si la mano de la abuela no envolviera sólo su manita, sino todo su cuerpo, y como si la estuvieran abrazando y empezaran a mecerla suavemente, y en mitad del día parecía como si el sol se fuera poniendo y cada vez estuviera más oscuro....Marta se había dormido profundamente.
 
II
Cuando la abuela de Marta observó que su nieta dormía y respiraba con tranquilidad se levantó suavemente para no despertarla.
Comprobó con otro beso que la fiebre seguía bajando, la tapó bien con la manta y salió muy despacio de la habitación. Sabía que Marta no iba a comer bien, porque cuando la fiebre es muy alta se quita el hambre y porque con la garganta irritada los alimentos no pasan bien. Así que estuvo pensando un rato qué podía preparar para intentar que Marta comiera. Tenía que ser algo que le gustara muchísimo, que se tragara muy bien y que tuviera muchas vitaminas. La abuela, que es muy sabia, siempre dice que hay que tomar muchas vitaminas de las frutas y de las verduras y que así cuando estás malita te curas enseguida.
Antes de entrar en la cocina llamó a mamá al trabajo y luego a papá al suyo para decir que todo iba bien. Ella sabe que se preocupan mucho cuando a Marta le ocurre algo. Después hizo la lista de la compra y llamó al supermercado para que, por favor, le trajeran las cosas a casa porque no quería dejar sola a su nieta.
La abuela se gastó bastante dinero en zumos, frutas y yogures de todas clases.Después estuvo buscando unos cuantos juegos y cuentos por si Marta se encontraba mejor y quería levantarse a jugar.
Más tarde preparó un puré de verduras que a Marta le encanta y lo puso en una bandeja, con un vaso de zumo y un yogur. Volvió a la habitación, comprobó con otro beso que Marta ya no tenía fiebre y se sentó de nuevo a su lado. Ese día la abuela no pudo ir a su clase de yoga, ni salió a la compra, ni tomó café con sus amigas.


III
                                       
 Por la tarde, cuando la mamá de Marta llegó de trabajar, lo primero que hizo fue abrazarla y besarla en la frente. Marta estaba mucho mejor y le contó a su madre que había tomado un poco de puré, zumo y yogur. La abuela había estado todo el tiempo ofreciéndole zumos y agua, porque dice que bebiendo mucho te curas antes.
Además, le había cambiado la ropa porque Marta se había levantado empapada de sudor. La abuela decía que eso es porque se estaba poniendo buena, pero que tenía que quitarse el pijama y ponerse otro seco inmediatamente porque si no se enfriaría. La verdad es que la abuela sabe muchísimo. Sabe un montón de cosas que te hacen sentir mejor. Marta estaba segura de que lo que de verdad hacía que se estuviera recuperando no eran sólo esas medicinas que sabían tan mal. ¡Qué va! Son los zumos llenos de vitaminas y los purés que prepara la abuela; y sus sábanas limpias y su cama grande; sus manos, tan calentitas, y sus besos en la frente.
La madre y la abuela de Marta hablaron mucho rato de enfermedades diferentes y de cómo se curaban: hablaban de catarros, de dolores de tripa, de ojeras,...
Cuando llegó papá se encontró a las tres en animada conversación. Se sentó allí y dijo que estaba muy cansado. Entonces la abuela se levantó y le saludó, dándole un beso en la frente. Marta sabía muy bien por qué lo hizo: quería saber si papá tenía fiebre.





La aventura del baño que se limpiaba solo
I
Manu se va a ir de vacaciones a un campamento. Estará quince días fuera de casa, con muchos amigos y amigas, durmiendo en una tienda de campaña, viendo animales y descubriendo especies nuevas de plantas y árboles. Además sabe que los monitores y las monitoras han preparado un montón de juegos y actividades que está impaciente por realizar.

El primer día fue un gran descubrimiento: se organizaron por grupos que tenían que hacer diferentes tareas. Era fenomenal porque mientras un grupo hacía la comida, otro limpiaba el comedor, otro preparaba actividades, otro limpiaba los servicios; así, a media mañana todo estaba recogido y organizado y enseguida podían empezar a jugar. El primer día a Manu le tocó estar en un grupo en el que tenían que limpiar los baños. El monitor les explicó cómo hacerlo: trajo unos productos que olían muy bien, y trapos, bayetas, fregonas, guantes.... y les dijo cómo tenían que utilizarlos. Manu no entendía muy bien por qué había que hacer esta tarea. No entendía por qué en este campamento no había baños como los de su casa, que no hacía falta limpiar. Es verdad, el baño de su casa siempre estaba limpio y siempre olía muy bien y él no había tenido que hacer nunca semejante tarea. ¡El baño de su casa se limpiaba solo!
 
En el campamento aprendió muchas más cosas: cada vez que necesitaba ir al baño, a no ser que justo hubieran acabado de limpiarlo en ese momento, siempre se lo encontraba sucio; no como el de su casa, que estaba siempre limpio, fueras a la hora que fueras. Pensando y pensando, Manu se dio cuenta de que los servicios del cole, a veces también estaban sucios cuando llegaba la última hora . Claro, es que debían ser baños de menos calidad y se «autolimpiaban» menos veces.

II
Cuando Manu volvió a su casa os podéis imaginar que lo primero que hizo fue meterse en el cuarto de baño. Menos mal que estaba como siempre. ¡Qué gusto! Después contó a su padre, a su madre, a su hermana y a su abuela lo que había hecho, la cantidad de amigos y amigas nuevas que tenía, lo que había aprendido... ¡y la pesadilla diaria que suponía ir al cuarto de baño! Mamá se moría de risa cuando Manu contaba que aquellos baños no se limpiaban solos. Mamá le estuvo explicando que ningún baño se limpia solo y que es una tarea cotidiana muy importante que todas las personas deberíamos hacer, y no sólo las madres. «Ahora, Manu, ya sabes que cuando dejas restos de pasta de dientes en el lavabo, o cuando no utilizas la escobilla para limpiar la taza, alguien se lo encontrará después y eso es bastante desagradable».

-«Sí mamá, pero, ¿por qué en casa nunca está sucio el baño?»
 
Entonces la abuela, que es muy sabia, explicó que en la mayoría de las casas las madres se ocupan de que todo esté bien limpio porque saben que en los cuartos de baño puedes coger fácilmente enfermedades. Eso significa limpiar muy, muy bien todos los días el lavabo, la taza, la bañera, el suelo, el espejo, los azulejos. La abueladice que además es muy importante que haya jabón para lavarse y toallas limpias para secarse. Y dice que también es muy importante estar pendiente de cambiar las toallas, de que haya siempre papel higiénico, de reponer gel y champú cuando se esté acabando, decambiar los cepillos de dientes porque se gastan enseguida, de limpiar los peines y cepillos del pelo con frecuencia, de saber lo que cada persona de la casa necesita para mantener su higiene...
 
La sorpresa se reflejaba en los ojos de Manu. Realmente no sabía todo lo que «hay detrás» de un cuarto de baño limpio.
 
La abuela, como sabe tanto, siguió contando muchas cosas. Decía que cuando ella era pequeña no había cuartos de baño y entonces era más difícil mantener a la familia «limpia»: en muchos sitios las mujeres iban a buscar agua a una fuente porque no había grifos en todas las casas, como ahora, que sólo tienes que abrirlos y ya sale toda el agua que necesitas. Y había veces que el agua se helaba en los pozos y tenían que romper el hielo y luego calentaban el agua en las cocinas de leña o en las chimeneas; y las mamás bañaban a las personas pequeñas de la casa y también a las mayores en barreños muy grandes. Y además, muchas veces ni siquiera compraban el jabón, porque también ellas hacían el jabón en casa.
 
La abuela seguía contando cosas y sin saber cómo llegó la hora de acostarse. Manu dio las «buenas noches» y se fue a dormir. Esa noche tuvo mucho cuidado de no dejar la taza llena de gotitas de pis y de limpiar el lavabo después de lavarse los dientes.


El cumpleaños de papá. Menuda fiesta

                            I
Manu estaba feliz. Acababa de oír la conversación que su madre tenía por teléfono: ¡La semana que viene será el cumpleaños de papá! ¡Con fiesta sorpresa incluida! Eso significa ver a sus primos y primas. Poner una mesa muy bonita con unos platos riquísimos, bailar, jugar, soplar velas, comer tarta, pasteles y bombones.
Pero también había oído decir a su madre que «mejor una comida familiar», «que no había muchas ganas de fiesta», «que la crisis de los cuarenta», «que este año estamos un poco cansados y no hay ganas de discutir sobre asuntos pendientes». Manu no sabía muy bien el significado de todas esas palabras, pero sin duda podía intuir que la fiesta de cumpleaños «estaba en peligro». Así que, sin dudarlo, le dijo a su madre: -«Mamá, yo te ayudo a preparar la fiesta de cumpleaños para papá».

II
La verdad es que Manu tenía cierta preocupación. Se había ofrecido a preparar una fiesta y no sabía ni por dónde empezar. Su madre siempre dice que no es tan fácil, y que las cosas no aparecen en la mesa solas, ni las personas invitadas vienen por casualidad: hay que pensar en muchas cosas, hay que comprar, hay que preparar; y todo eso necesita tiempo y dedicación.
 
Su madre sugirió que podía empezar por el regalo. Así que Manu ocupó dos tardes en dibujar y colorear el coche preferido de su padre. Este sería su regalo. Otro día acompañó a su madre al supermercado; mientras ella compraba en la carnicería, Manu fue metiendo en el carro todas las cosas que su madre había apuntado en una lista. Otro día convenció a su hermano pequeño para hacer cadenetas y colgarlas del techo, pero se cansaron enseguida y lo dejaron a medias.

El viernes por la tarde ayudó a su madre a hacer los postres: tarta de galletas y flan con nata, ¡los postres preferidos de papá! A Manu le gustaba montar nata en una batidora especial que tiene su madre e ir probando cuando ella está de espaldas. Pero siempre se da cuenta:
-«Manu, ¡qué te he visto!» - suele decirle.
Y con una sonrisa de complicidad añade: -»¡yo también quiero probarlo!» Y siempre terminan riéndose a carcajadas.
 
Y por fin llegó el sábado: el día de la fiesta. Cuando Manu se levantó, su madre andaba por la cocina y olía fenomenal. Su padre ya se había marchado a recoger a la abuela, pero había dejado preparada una mesa especial que ponen cuando se junta mucha gente a comer y que es una tabla sujeta con unas patas que se llaman borriquetas.

Manu sabe poner muy bien una mesa de fiesta y enseguida se puso manos a la obra. Su especialidad es doblar y colocar las servilletas y hacer unas tarjetitas con el «menú», como las que ponen en las bodas. Quedó una mesa tan bonita que su madre le felicitó. Después puso sillas para todo el mundo: como no llegaban las del comedor, tuvo que cogerlas de las habitaciones, de la cocina, incluso hubo que poner el taburete del cuarto de baño.

La comida estaba ya preparada. Mamá se pasó toda la mañana en la cocina y, como siempre, había logrado tenerlo todo preparado a tiempo. ¡ Ya podía empezar la fiesta!

III
Enseguida empezó a llegar la gente. Primero llegó papá con la abuela y, poco a poco, el resto. Papá iba recibiendo a la gente con grandes abrazos y diciendo lo contento que estaba por verles de nuevo. Como siempre, la comida estaba deliciosa y los invitados e invitadas no paraban de decir «¡Esto está riquísimo!»
Toda la familia lo pasó muy bien, y sobre todo el papá de Manu. Aunque, como siempre, había discutido un poco con el tío Carlos, se sentía rodeado de gente que le quería, le habían hecho regalos preciosos (entre ellos el dibujo de un coche), le habían cantado «cumpleaños feliz»...

 
Pero Manu tenía la seguridad de que el mejor regalo de todos había sido la fiesta. Ahora sabía que su madre no eligió cualquier menú sino el que más le gustaba a papá. Y también sabía que para su padre era importante reunirse en torno a una mesa con las personas que aprecia y quiere. La fiesta había sido el gran regalo de su madre.

María Jesús Cerviño Saavedra y Juan Calzón Álvarez