Cuento para todos III



UNA HISTORIA PARA LA HISTORIA
Un cuento de María del Prado González Vaca


Había una vez un país muy, muy lejano. Ese país estaba era Estados Unidos. Allí en una ciudad que se llamaba Nueva York nació Ana.
Ana desde muy, muy pequeña tuvo que trabajar para poder comer y no podía irse a jugar con muñecas, ni con pelotas, ni con sus amigos y amigas, ni siquiera podía leer cuentos con los que soñar porque tenía que trabajar para ayudar a su familia.

Cuando Ana creció y se convirtió en una jovencita comenzó a coser en una  fábrica muy, muy grande que había en su ciudad. Allí conoció a Ben, su buen amigo.
La verdad es que Ana no tenía muchas amigas, de su casa se marchaba al trabajo y del trabajo a casa sin pensar en otra  cosa. Pero Ben era un buen chico.
Allí en la fábrica de ropa Ben cosía dos filas más allá que Ana.

Llegó fin de mes y los trabajadores y trabajadoras de la fábrica textil se pasaron por Administración para cobrar su salario. Ana se dio cuenta que los hombres y los muchachos iban a la parte A y las mujeres y muchachas a la parte B.
Ana cobró sus seis dólares y los guardó en su bolso, pero se dio cuenta que algo no iba muy bien.
Esperó a Ben, su amigo a la salida del trabajo y pensó en dar un pequeño paseo por el parque de vuelta al hogar.
Ben se alegró mucho al ver que su amiga Ana le esperaba y ambos comenzaron el paseo.
Antes de recorrer el primer paso ella le preguntó a su amigo:
-¡Oye Ben! , ¿Cuál es el salario que te han dado a ti?
Ben se puso de colorado, no se esperaba que una chica le preguntara por dinero, pero como era una chica muy amiga de él, le respondió:
-Me han dado doce dólares .Creo que sé porque me lo preguntas Ana, pero quizás te estás metiendo en un lío.

Ana se quedó callada por un momento, su corazón, le pedía que tenía que hacer algo ante aquella injusticia, sabía que al final no estaría sola, así que le comentó a Ben lo siguiente:
-Ben, sé que eres mi amigo y eso es muy importante para mí, pero yo también soy una amiga para ti por lo que si quieres puedes ayudarme. Simplemente ayúdame escuchando lo que voy a decirte.
Ambos trabajamos doce horas, ¿verdad? Ben asintió con gesto. Si
trabajamos igual, tintamos las mismas telas, utilizamos las manos para trabajar, ¿por qué tú cobras de la Administración  A doce dólares y yo seis de la B?
La verdad es que no tengo ni idea, -asintió Ben.
Creo que porque tú eres una chica, y vosotras cobráis menos.
Ah! Pero trabajamos en lo mismo las mismas horas, yo y mis compañeras, sin embargo cobramos menos, vosotros tenéis 45 minutos para comer, nosotras media hora. Si tenemos bebés nos echan del trabajo, si nos enfermamos nos descuentan los días. Vosotros sólo tenéis medio día de descuento y de tener familia, os da igual porque no os afecta. Creo y siento que todo esto es injusto. Tengo que hacer algo.

Ana dejó boquiabierto a Ben y se marchó a casa. Allí cogió papel y pintura e ideó un plan.
Ya sé lo que voy a hacer, -pensó-, voy a recorrer los barrios ricos y poderosos de la ciudad de Nueva York y voy a reclamar igualdad en el trabajo para mujeres y hombres. Para ello se colgó un cartel en el que ponía:

“igualdad para las mujeres y los hombres”.

Así que a la mañana siguiente se despertó como todos los días, se duchó, vistió y desayuno como de costumbre y se colocó el cartel. Bajó las escaleras de su casa, abrió el portal de la calle y se quedó perpleja. Allí estaba su amigo Ben, sonriendo, y le dijo:
-Amiga mía, me he tirado toda la noche pensando en cuántas cosas me dijiste del trabajo, he pensado en mi madre, en su trabajo de ama de casa, en lo importante qué es lo que hace para mi  familia. He pensado en mi hermana , que trabaja tanto para dar de comer a sus pequeños y su marido enfermo, así que supongo que todas las mujeres del mundo hoy deberían estar muy orgullosas de lo que vas a hacer. Yo soy hijo de una mujer y de un hombre, tengo tanto de mamá como de papá. Así que estoy contigo.

Ana se alegró mucho y abrazó a Ben, y se fueron caminando calle abajo para coger el tranvía y llegar a esos barrios de los dueños de la fábrica textil. Cuando sacó el ticket del billete ponía 8 de marzo de 1857.
Al llegar a su destino Ana se bajó pero le pidió a su amigo que no lo hiciera que lo más importante para ella era el valor de reconocer la desigualdad que había y eso era lo más importante. Ben accedió y Ana anduvo por las calles llenas de hombres poderosos con miradas perplejas y mujeres calladas pero felices en su interior por observar el valor de una mujer ante una situación así.

Al final Ana consiguió algo de lo que quería, comenzar una lucha por la igualdad, aunque a ella la detuvo la policía por pensar que su mensaje escrito alborotaba a la población.

Hoy en día aún existen muchas mujeres “Anas” y muchos hombres “Ben” que piensan y sienten que la igualdad es un derecho de las personas.
Clara Zetkin
De esta forma se encontró la noticia de Ana otra mujer en un periódico, ella se llamaba Clara, Clara Zetkin. Ella era alemana y de profesión maestra y se dio cuenta de lo importante que era la historia de Ana, así que creó un periódico al que llamó La Igualdad , por lo que reivindicaba, tuvo que huir de su país e irse a otro , a Suiza. Luego las cosas cambiaron un poco y pudo volver a Alemania. Clara se puso muy contenta cuando regresó
.
Allí siguió trabajando y luchando porque mujeres y hombres fuésemos iguales en los deberes y en los derechos así que cuando cumplió los cincuenta años tuvo su mejor regalo.  En Copenhague, una ciudad muy bonita que está en Dinamarca se celebró en 1910 la Primera Conferencia Internacional de mujeres y allí ella propuso que este día, el 8 de marzo fuera el Día Internacional de la Mujer.

Lo que Clara consiguió en aquella reunión fue aprobado y aplaudido por todas las mujeres, el derecho al voto, la igualdad de oportunidades para ejercer cargos públicos y el derecho al trabajo.

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aprendiza de bruja
un cuento de C. D. Hernández trujillo


Ailed recordaba haber llegado a aquella casa apartada, en medio del bosque, hacía ya mucho tiempo. Su familia la había cedido a aquel mago, al que todos respetaban y temían, llamado Eban, a cambio de medicinas que curaran a su madre de una grave enfermedad. Después de todo sería una boca menos que alimentar; se ocuparía de mantener la limpieza, el orden y de que no le faltara buena comida a aquel anciano sabio, ¿qué otro futuro mejor podrían ofrecerle?
Para que Ailed se entretuviera en las horas muertas y no molestara demasiado, aquel hombre le había permitido dedicarse al jardín y le había enseñado a leer, pues libros no faltaban en la casa, aunque muchos de ellos le estuvieran terminantemente prohibidos, más por miedo a que los rompiera, pues eran ejemplares únicos, que a que los entendiera.
Había intentado mantenerse alejada de la actividad de Eban, pues no quería enojarlo y mucho menos verse envuelta en asuntos de magia. No porque creyera que lo que hacía el mago fuera malo, pues había ayudado a mucha gente, sino porque estaba muy mal visto en una mujer.
El caso es que aquel lugar no era precisamente grande y a la fuerza, el roce con Eban encendió su curiosidad. Tan sólo tenía prohibido los libros, el deambular por la casa no causaba preocupación, pues el mago no consideraba que estuviera capacitada para hacer algo más que barrer, fregar y cocinar.
Comenzó a observar con mucha atención el “trasiego”, el “trasteo”, el “ir y venir” del extraño hombre y de esta forma aprendió de sus canturreos fórmulas para curar el mal de amores, el mal de ojos, los airones, los empachos… Aprendió cómo preparar brebajes, pócimas y ungüentos con muchas finalidades; por divertirse y practicar había conseguido que las ranas de un estanque próximo, no croaran sino cantaran como auténticos canarios, y sólo con verter dos gotas de una receta para curar la afonía; enriquecida, eso sí, con su aportación particular a la receta original extraída de uno de los libros prohibidos, que aprovechaba a leer cuando el mago salía de casa. Es decir, leía, experimentaba y mejoraba.
Por el olor era capaz de adivinar el contenido de cada uno de los botes, frascos, botellas o cacharros que existían en el estudio de Eban. Distinguía hierbas, raíces, flores, arbustos, tubérculos y sabía el uso que se les podía dar.
Los momentos en que el viejo no andaba en casa eran los más felices para ella, pues podía curiosear sin límites, ya había leído la mayor parte de los libros prohibidos, se había fabricado cuadernos donde tomaba anotaciones y apuntaba cuanto le interesaba, que era mucho. Bajo su cama escondía un gran baúl con más de treinta de ellos, debidamente clasificados.
Cierto día Eban llegó a casa acompañado de un joven:
- ¡Eh, Ailed!- requirió- A partir de ahora prepara comida para tres, a éste,- dijo señalando al muchacho- me lo ha cedido su familia para que me suceda y vivirá con nosotros, creo que valdrá la pena- dijo mientras sacudía la cabeza del chico con energía.- Tráenos algo de comida, no descansaremos en todo el día, tiene mucho que aprender y a mí no me queda mucho tiempo para poder enseñarle, creo que poco me queda de vida- Y con esto, se encaminó a su laboratorio seguido de su nueva adquisición, el cual andaba bastante asustado.

Ailed no daba crédito a lo que estaba oyendo, Eban, para ser tan sabio era un ingenuo: ¿Cómo podría el muchacho aprender todo lo que ella había aprendido en muchos años, en poco tiempo? Además ¿por qué a él y no a ella? , ¿es que el mago no se había dado cuenta de que era inteligente?
- ¡SIEMPRE LOS CHICOS! ¡SIEMPRE LOS CHICOS!- murmuró rabiosa- ¡Qué no crea que voy a ser su criada!
La muchacha se retiró a preparar comida muy, muy disgustada; tan disgustada que todo aquello que rozaba tomaba un color rojo intenso, ya que ese día había estado trabajando con el conjuro para controlar las emociones.
No habían transcurrido muchos días, cuando Ailed entró en el laboratorio de Eban para llevar unas infusiones digestivas y escuchó como examinaba al pobre muchacho de cuanto había aprendido. Eban echaba chispas pues el chico se resistía a aprender:
-¡Concéntrate, concéntrate y contéstame!- lo increpaba- ¿Qué cantidad de polvo de alas de mariposa se debe extraer para la pócima de “LA GRAN PASIÓN”?
-¿Tan sólo una pizca? ¿Todo el que puedas?- respondía con inseguridad.
Ailed, moviendo la cabeza de un lado a otro no pudo contenerse y contestó:
- No se debe extraer nunca polvo de ala de una mariposa para generar pasión. La mariposa moriría, jamás surgirá la pasión de la muerte. - Dejó la bandeja sobre la mesa y continuó su explicación ante la mirada atónita de Eban y el muchacho- Lo que se debe hacer es conjurar “el baile de las mariposas nocturnas” y permitirles que dancen alrededor del recipiente donde se prepara la poción. Éstas, en su divertido aleteo dejarán caer el polvo se sus alas. La Pasión que genere la pócima será proporcional al polvo vertido por el insecto. Cuanto más divertido y bello sea el baile, más polvo caerá, por lo que habrá que poner mucha pasión al conjurar “el baile de las mariposas nocturnas”. Por cierto- añadió- la música que sugiere el libro que contiene este secreto está un poco anticuada, yo he probado con otra y las mariposas se vuelven locas de contentas.
-¿Qué más sabes? ¿Qué más has probado?- preguntó muy serio el brujo.
Entonces Ailed encogiendo su cuerpo y frunciendo el ceño, demostró haberse dado cuenta de que se había ido de la lengua. Ahora vendría la consecuencia y creía que no iba a ser nada buena. Para suavizar la cosa decidió no decir toda la verdad.-No mucho más, sólo alguna cosa.
-¡No mucho más, no mucho más!- grito furioso Eban- ¿Conque sabes más? ¿Has estado espiándome? Te has acercado a los libros prohibidos- gritaba levantando un dedo amenazante hacia Ailed - Si alguien del Consejo de Magos se entera de esto seré el hazmerreír de todos, perderé mi reputación, me despreciarán. ¡Una mujer, una mujer sabe mis secretos! ¡Una mujer capaz de entender! ¡BRUJA, BRUJA!- bramó sacudiendo a la muchacha.
Ésta superó el miedo inicial y ahora sentía que la rabia invadía su cuerpo. Tan estúpido era el viejo que creía que por ser mujer no iba a alcanzar entender lo que él entendía.
- Si por ser inteligente y mujer soy bruja, ¡BRUJA SERÉ, no me ofende la palabra! - gritó.
Esto irritó tanto a Eban que empujó a Ailed dentro de la jaula de las tórtolas, cerró la puerta con llave y se dirigió al muchacho que contemplaba horrorizado toda la escena.
- Vigílala, voy a pensar cómo deshacerme de ella. Éste será nuestro secreto, nuestro pacto. Si cuentas algo de lo sucedido te cortaré la lengua - lo amenazó y salió de la casa.
Ailed sabía que corría peligro así que hizo un repaso mental de cuanto había aprendido para encontrar la manera de salir de la jaula y se dio cuenta que aún tenía mucho que aprender, pero recordó que en el bolsillo de su delantal tenía copia de la llave de la jaula:
- Será tonto- murmuró- ¿quién era la que limpiaba esta jaula?

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